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Se denomina revolución neolítica a la primera transformación radical de la forma de vida de la humanidad, que pasó de nómada a sedentaria, al concretarse una economía productora basada en la agricultura y la ganadería. Esta expresión se debe a Vere Gordon Childe (1941).[nota 1]
Este proceso tuvo lugar hace aproximadamente más de 9000 años (VIII milenio a. C.) como respuesta a la crisis climática que se produce en el comienzo del Holoceno, tras la última glaciación, y que, en términos relacionados con la historia de la cultura, corresponde al paso del período Paleolítico (piedra antigua) al Neolítico (piedra nueva), y de ahí su nombre. En primer lugar, los cambios que vienen de señalarse afectaron a una amplia zona que, debido a su apariencia en el mapa, ha recibido el nombre de creciente fértil o media luna fértil,[2] incluyendo desde la parte egipcia del valle del Nilo hasta Mesopotamia (el territorio entre los ríos Tigris y Éufrates), y también pasando por la franja costera del Levante mediterráneo y la región montañosa del sureste de la actual Turquía. Dentro de esta zona, los lugares donde se han encontrado las pruebas arqueológicas más antiguas de neolitización, es decir, de la sustitución de la piedra tallada por la piedra pulida para la confección de armas y herramientas, no proceden precisamente de las llanuras aluviales de los grandes ríos, sino de yacimientos situados en una zona más estrecha en torno a ellos (Jericó o Chatal Huyuk). Ello no tiene nada de extraño, ya que en las llanuras aluviales del Nilo, del Tigris, y del Éufrates, la piedra es más escasa.
Años más tarde se produjeron cambios similares en la India (ríos Indo y Ganges) y en el Extremo Oriente (ríos Huang He y Yangtze en China). La expansión por el resto del Viejo Mundo (Europa, Asia y África) se produjo por difusión de estos primeros focos, aunque en algunas zonas se descubrió localmente la domesticación de animales o plantas autóctonas. De forma autónoma se produce la revolución neolítica en América, con los focos mesoamericano y andino. La difusión de la agricultura y la ganadería por Oceanía en algunos casos es simultánea a la ocupación humana (las migraciones de las islas del Pacífico eran tanto de los grupos humanos como de sus cultivos y ganado) y en otros los usos del suelo continuaron siendo muy arcaicos hasta la llegada de los europeos (aborígenes australianos, en su mayoría cazadores-recolectores, cuya ocupación del continente es muy antigua, quizá desde hace 40 000 años).
Las evidencias históricas y arqueológicas muestran que previamente a la revolución neolítica, los seres humanos en general no mostraban signos ni síntomas de enfermedades crónicas y que, coincidiendo con el desarrollo de la agricultura y la inclusión de los cereales en la dieta se produjo una serie de consecuencias negativas sobre la salud, muchas de las cuales continúan presentes en la actualidad.[3][4] Entre ellas cabe destacar múltiples deficiencias nutricionales, tales como la anemia ferropénica, los trastornos minerales que afectan tanto a los huesos (osteopenia, osteoporosis, raquitismo) como a los dientes (hipoplasias del esmalte dental, caries dentales), y también una alta incidencia de trastornos neurológicos, así como las enfermedades psiquiátricas, la obesidad, la diabetes tipo 2, la ateroesclerosis, y otras enfermedades crónicas o degenerativas.[3][4][5] Algo similar podría haber ocurrido con animales que fueron evolucionando paralelamente al hombre, conviviendo y compartiendo los cambios en los hábitos alimenticios, como los perros y los gatos domésticos.[6][7][8]